TENSIONES Y DESPLAZAMIENTOS
CONCEPTUALES DE LO SOCIAL EN LA OBRA DE LACLAU
TENSIONS AND CONCEPTUAL CHANGES OF
THE SOCIAL IN LACLAU
TENSÕES
CONCEITUAIS E DESLOCAMENTO DO SOCIAL NA OBRA DE LACLAU
Lic. Leonela Infante
(Universidad de Buenos Aires-Instituto de Investigaciones Gino
Germani /
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas,
Argentina)[1]
Mg. Javier Nuñez
(Universidad de Buenos Aires-Instituto de Investigaciones Gino
Germani /
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas,
Argentina)[2]
Fecha de recepción: 28 de febrero de 2023
Fecha de aceptación: 25 de abril de 2023
Creative Commons 4.0
Cómo
citar: Infante,
L., Nuñez, J. (2023).Tensiones y desplazamientos conceptuales de lo social en
la obra de Laclau. Revista Pares -
Ciencias Sociales, 3(1), 85- 104.
ARK CAICYT: http://id.caicyt.gov.ar/ark://rswzeatwd
Resumen
La
diferencia entre lo social y lo político constituye uno de los núcleos
temáticos de la obra de Ernesto Laclau. El artículo aborda la definición de lo
social en diferentes etapas de su trabajo, teniendo en cuenta el planteo
original de los años 80, su reformulación en la década siguiente y la
conceptualización que lleva a cabo en La
razón populista. Se sostiene que al recuperar una complementariedad entre
significantes y significados, Laclau favoreció una definición de la estructura
como una serie de posiciones sociales dispersas. La asimilación de lo social a
la lógica de la diferencia supuso una serie de reduccionismos respecto a la
formación de demandas y a las ambigüedades de significados presentes en ella.
Hacia el final del artículo, se regresa sobre la definición lacaniana de la
articulación entre significantes y se profundiza en la relectura llevada a cabo
por Laclau, reconociendo en ella una serie de desplazamientos que llevaron a
esa definición de lo social y a las aporías que la acompañan.
Palabras clave: Social, Estructura, Significantes,
Laclau
Abstract
The difference between social and political conforms to one of the main topics of
Ernesto Laclau’s texts. The article studies his definition of the social along
different phases of his works, considering his original proposal of the 80’,
its reformulation during the following decade, and the conceptualization
carried out On populist reasons. It is concluded that, as a consequence of
recovering the complementarity of significance and meaning, Laclau tended to a
definition of the structure in terms of a series of scattered social positions.
The assimilation of the social to the logic of difference implied a series of
reductionism in relation to demands formation and the ambiguities of significance
present in it. The end of the article goes back to Lacan’s definition of
significant articulation, and deepens on Laclau’s interpretation of it,
recognizing a series of displacements that led to his definition of the social
and its difficulties.
Keywords:
Social, Structure, Signficants, Laclau.
Resumo
A
diferença entre o social e o político conforma um dos principais temas dos
textos de Ernesto Laclau. O artigo estuda sua definição do social ao longo das
diferentes fases de suas obras, considerando sua proposta original da década
dos 80, sua reformulação na década seguinte e a conceituação realizada na
década dos 2000. Argumenta-se que, ao recuperar uma complementaridade entre
significantes e significados, Laclau favoreceu uma definição de estrutura como
uma série de posições sociais dispersas. A assimilação do social à lógica da
diferença implicou uma série de reducionismos quanto à formação de demandas e
às ambigüidades de significados nela presentes. No final do artigo, retomamos a
definição lacaniana da articulação entre significantes e aprofundamos a
releitura realizada por Laclau, reconhecendo nela uma série de deslocamentos
que levaram a essa definição do social e das aporias que o acompanham.
Palavras chave: Social, Estrutura, Significantes,
Laclau.
Introducción
La diferencia entre lo social y lo político constituye una
distinción clásica de la teoría política, que puede ser reconocida, por lo
menos, desde el par koinonía/polis de
Aristóteles. Durante el siglo XX, fue actualizada por pensadores como Arendt
(1998), Lefort (1990) o Rancière (1996), solapándose con el par lo/la
político/a (Marchant, 2009), permitiendo impugnar existencia de fundamentos
políticos últimos En este amplio marco, Laclau ofreció un tratamiento novedoso
de estas distinciones, focalizado en el estudio de la formación de identidades.
Si bien con modificaciones, su obra –desde la década de 1970 hasta los primeros
años del siglo XXI– se caracteriza por las continuidades en su planteo: Laclau
introduce categorías y arriba a marcos teóricos novedosos, pero siempre en la
búsqueda de resolver ciertos problemas que se reiteran de texto en texto. Una
de estas temáticas recurrentes está dada por la demostración de la imposible
clausura de lo social.
En tanto el carácter relacional de las identidades impide
concebirlas como una mera continuación de posiciones estructurales, Laclau
rechaza entender a lo social como una totalidad cerrada –autofundante.
Generadas por articulaciones contingentes, las identidades revelan la capacidad
de lo político sobre lo social: la fijación de un sentido supone el juego de
articulaciones que –combinando lógicas de la diferencia y de la equivalencia–
suturan parcialmente un vínculo entre significantes.
Aún si la primacía de lo política caracteriza su relación
con lo social, no descarta el interrogante sobre cómo debe definirse a esto
último. Si el carácter relacional de las identidades impide su cierre, ¿qué
constituye a lo social una vez descartada las definiciones esencialistas?
Este artículo repasa las distintas respuestas dadas por
Laclau. Se sostendrá que crecientemente asemejó lo social a un efecto de lo
político, dando lugar a resultados paradójicos. Si por un lado Laclau consiguió
reabrir lo social a partir del carácter contingente de las prácticas
articulatorias, el concebirlo cada vez más como el producto de las decisiones
de lo político redujo la complejidad de
lo social en una simple fijación de diferencias. La relectura de los
significantes lacanianos a partir de una distinción saussureana clásica
(significante/significado) cumplió una función clave en esta conceptualización
de la estructura. Hacia el final del artículo, se propone cómo la definición
lacaniana de la producción de significados a partir de significantes (Lacan,
2002) permite el abordaje de las representaciones sociales de sentido común sin
perder el énfasis de Laclau en el rol de las articulaciones simbólicas.
A continuación, se periodiza brevemente la obra de Laclau.
Las siguientes secciones se concentran en Hegemonía
y estrategia socialista, en algunos aportes de los años 90' y en La razón populista. Luego, se explora la
perspectiva lacaniana en torno a la articulación de significantes y sus
implicancias para el estudio de las representaciones sociales.
Modificaciones en la continuidad:
periodizando la obra de Laclau
Desde Política e
ideología en la teoría marxista –de 1977– hasta La razón populista –del 2005–, la obra de Laclau se encuentra
atravesada más por continuidades que por rupturas: temáticas como la hegemonía
o el populismo persisten desde los
70 hasta los comienzos del siglo XXI.
Empero, las soluciones que aporta Laclau no permanecen inalteradas entre texto
y texto, aunque por momentos solo precisan
argumentos previos.
Estas similitudes no descartan sino que resaltan la
necesidad de periodizaciones que faciliten la comparación entre textos.
Refiriéndose a la noción de hegemonía, Howarth (2008) distingue tres momentos
en los trabajos de Laclau. Primero, el de los años 70, en los que desde una
mirada todavía fuertemente althusseriana, Laclau refuta la necesidad de una
pertenencia política de clase social frente a apelaciones como las de nación o
pueblo (Laclau, 1986; Acha, 2013). Segundo, la definición de Hegemonía y estrategia socialista, en la
que destaca el papel de prácticas articulatorias y demarcaciones de fronteras
antagónicas en la formación de hegemonías (Laclau y Mouffe, 2015). Tercero, la
reformulación de los planteos de los 80
durante la década siguiente, cuando resaltan
las nociones de decisión (Laclau, 2000), por un lado, y de significante
vacío (Laclau, 1996), por el otro. A estos tres momentos cabría agregar un
cuarto, que puede identificarse en La
razón populista (2015), donde Laclau propone a la demanda como unidad
mínima de análisis y enfatiza procesos afectivos y de identificación con
liderazgos.
Algunas lecturas de Laclau han conservado todos estos
momentos, abordando las variaciones desde los 70 hasta los 2000. Siguiendo esta
línea, podría sostenerse que la discusión al interior del marxismo que
caracterizó a la primera etapa tuvo
continuidad –a pesar de las incorporaciones teóricas– en las demás
(Acha, 2013). Sin embargo, el propio Laclau tiende a ver en Hegemonía y estrategia socialista cierta
instancia original, a la que remitirían sus trabajos posteriores (Laclau,
2006). En efecto, en dicho libro, Laclau deja de lado buena parte del estructuralismo
althusseriano y consolida un marco teórico fuertemente influenciado por el
deconstructivismo de Derrida y el psicoanálisis lacaniano. A pesar de que la
primera etapa presenta antecedentes de la definición de lo social, las
corrientes teóricas que más influyeron en el resto de la obra cobraron
importancia recién en la segunda. Estas relecturas –además de originales–
confluyeron sobre su tratamiento de la imposibilidad de clausura de las
identidades políticas. Aunque algunas categorías de Hegemonía y estrategia socialista –como la de puntos nodales–
fueron gradualmente relegadas en los 90 y los 2000, estos cambios pueden ser
leídos como reformulaciones de conceptos específicos –entre los que se
encuentra la relación entre lo político y lo social– del andamiaje teórico de
1985. Por tanto, la periodización desarrollada en este trabajo conservará solo
tres momentos, marcando cómo Laclau reformula su perspectiva de lo social en Hegemonía y estrategia socialista y en
trabajos posteriores de los años 90, por un lado, y en La razón populista, por el otro. El recorte de estas tres etapas
dentro del conjunto de la obra y la descripción de sus diferencias busca
focalizar en los desplazamientos en torno a lo social, remarcando la
incorporación de nuevos conceptos que complejizan el planteo de Laclau
(significantes vacíos, sedimentaciones y decisión en los 90 y demandas en los
2000).
Articulación y puntos nodales
La creciente dificultad –hasta tornarse imposible– de
sostener la continuidad lineal necesaria, entre posiciones estructurales e
identidades políticas ordena el recorrido de Hegemonía y estrategia socialista. Entre los debates de la Segunda
Internacional y el propio libro de Laclau y Mouffe, el marxismo acabaría por
refutar cualquier tipo de necesidad histórica, de modo tal que lo social
dejaría de constituirse en una totalidad cerrada, única y autofundante, que
explicaría las demás instancias, justificando su primacía sobre la política
(Laclau y Mouffe, 2015).
Laclau y Mouffe parten de la distinción entre mediación y
articulación, retomando la clásica crítica de Althusser al hegelianismo
(Althusser, 2004). La articulación daría cuenta de relaciones entre elementos
exteriores entre sí y que no pueden ser reducidos –como en la mediación– a
momentos de una totalidad superior. En consecuencia, sus lazos contingentes
exhibirán el carácter abierto de lo social.
Ahora bien, Laclau y Mouffe no se limitan a justificar la
contingencia de la formación de identidades. Al avanzar teóricamente a partir
de esa redefinición, realizan un doble distanciamiento del marxismo mediante la
reformulación de la categoría de
sobredeterminación. Por un lado, en tanto vínculo entre elementos, la
sobredeterminación se alejaría de cualquier pretensión de establecer la
determinación en última instancia de la economía, como buscó probar Althusser
(2004). Todavía en Política e ideología
en la teoría marxista, Laclau había recurrido a la distinción entre modo de
producción y formación social, propia del estructuralismo althusseriano (Laclau,
1986; Althusser y Balibar, 2004). En cambio, en Hegemonía y estrategia socialista, el tránsito hacia el posmarxismo
parte de un rechazo a cualquier instancia social que predomine sobre las demás,
impugnando el primado necesario de luchas clasistas sobre otro tipo de demandas
(Laclau y Mouffe, 2015). Esta postura política ya había tenido antecedentes en
los primeros trabajos de Laclau de los 60 –que pueden ser interpretados como su
origen (Acha, 2013)–. Empero, la elaboración conceptual de 1985 no dejó de ser
novedosa.
Por otro lado, la sobredeterminación supondría –según la
lectura que realizan los autores de Lacan– colocar a lo simbólico como el
ámbito en el que se lleva a cabo esa relación. Lo discursivo sostendría
epistemológica y ontológicamente al concepto de hegemonía. Las relaciones entre
sus elementos ya no remitirían a una totalidad preexistente. La hegemonía
supondrá relaciones diferenciales, entendiendo a lo discursivo como prácticas
significantes:
El concepto de sobredeterminación se
constituye en el ámbito de lo simbólico y carece de toda significación al
margen de este. Por consiguiente, el sentido potencial más profundo de la
afirmación althusseriana, que no hay nada en lo social que no esté
sobredeterminado, es la aserción de que lo social se constituye como orden
simbólico. El carácter simbólico, es decir, sobredeterminado, de las relaciones
sociales, implica que éstas carecen de una literalidad última, que pueda
reducirlas a momentos necesarios de una ley inmanente. (Laclau y Mouffe, 2015:
134)
Esta interpretación de la sobredeterminación –en la que todo
puede ser abordado de manera discursiva y en la que las relaciones entre
elementos son necesariamente precarias dado su carácter de contingentes–
arrastró varias consecuencias para el planteo de Laclau y Mouffe. Por caso,
justificó el estudio de las identidades en términos de relaciones entre
significantes aunque –como se desarrollará más adelante– bajo una relectura de
la acepción lacaniana de este concepto. A su vez, desplazó doblemente a la
definición de lo social: primero, en términos de necesaria abertura; segundo,
en vistas a cómo se produce la fijación de sentido.
En el planteo althusseriano, la sobredeterminación explicaba
el juego de relaciones entre instancias estructurales, estando al servicio de
una fuerte categoría de totalidad como la de modo de producción (Althusser,
2004). En la acepción de Laclau, la sobredeterminación cumple una función
opuesta: expone la imposibilidad última de dar una definición de la sociedad como
una totalidad. Siguiendo a Saussure (1978), cada punto de la estructura
conforma una diferencia, cuyo valor está dado por el conjunto de relaciones que
tiene con las demás de su clase. Ahora bien, si los lazos entre diferencias
otorgan a Laclau una noción de estructura, no por eso se trata de una totalidad
cerrada. Todo lo contrario: como la identidad de cada diferencia depende del
vínculo con las demás, no cabe fijar de manera plena ninguna de las
identidades. Así, no puede existir un principio subyacente que explique a los
demás, al estilo de la determinación en última instancia de la economía. Desde
este punto de vista, dicen Laclau y Mouffe, “la sociedad no existe”. Este
límite a toda fijación se encuentra dado, por lo menos en el caso de las
prácticas articulatorias que involucran a la hegemonía, por un elemento interno
que lo subvierte a través del cual lo antagónico adopta una presencia (Laclau y
Mouffe, 2015).
Lo social debe ser entendido, por lo tanto, desde su
carácter abierto, imposibilitado de una sutura completa. Sin embargo, no es
simplemente esta suma de relaciones entre diferencias que impide la fijación;
lo social es, también, la pretensión de darles un sentido:
Si lo social no consigue fijarse en
las formas inteligibles e instituidas de una sociedad, lo social sólo existe
como esfuerzo por producir ese objeto imposible. El discurso se constituye como
intento por dominar el campo de la discursividad, por detener el flujo de las
diferencias. (Laclau y Mouffe, 2015: 152)
Así, lo social es colocado en la clave de una plenitud
imposible, aunque frágilmente establecida. En Hegemonía y estrategia socialista, esta fijación temporaria es abordada a través de
lo que Lacan denominó “puntos nodales”, es decir, significantes privilegiados
que forman parte de una cadena. La conformación de semejantes lazos de sentido
puede darse siguiendo dos lógicas –de la diferencia y de la equivalencia. En la
primera, predominan las distancias entre elementos, permitiendo una resolución
segmentada de conflictos. En la segunda, en cambio, se privilegia una
articulación en común frente a cierto antagonismo– según predomine lo que
tienen en común frente a un antagonismo o la distancia entre ellos. La
existencia de prácticas articulatorias que privilegian la lógica de la
equivalencia, por un lado, y de fronteras de tipo antagónico, por el otro,
definen a la hegemonía. Los “puntos nodales” anticiparon categorías empleadas
por Laclau en textos posteriores –como
la de significantes vacíos– aunque la ambigüedad de su empleo ha sido objeto de
reiteradas críticas (Zicman de Barros, 2023; Ostuguy y Mouffit, 2020).
En términos de la distinción entre lo social y lo político,
el recorrido de 1985 desde la sobredeterminación hasta la hegemonía no dejó de
tener efectos duraderos en la obra de Laclau.
Por un lado, la concepción de lo social como imposible de
clausurar pero con suturas frágiles contribuyó a acentuar la primacía de lo
político; al fin y al cabo, la definición de qué es lo social dependerá de su
exterioridad. Por otro lado, la acepción de lo social como un sentido frágil y
localizado –al modo de los puntos nodales– lleva a preguntarse sobre si existen
otros rasgos de lo social más allá de su carácter de estructura de diferencias
discursivas. A pesar de la influencia lacaniana, Laclau concibe la relación
significante/significado en clave eminentemente saussureana. Esta paridad entre
planos –que Lacan impugna (2002)– favorece una definición de lo social como una
serie de posiciones dispersas, lo que conllevará ciertos reduccionismos al
momento de interpretar la formación de demandas. Los efectos de esta decisión
teórica serán más visibles en La razón
populista. Entre los 80 y los 2000, Laclau se enfocará en clarificar la
primacía de lo político, profundizando una definición de lo social como un
conjunto de identidades entre las que suele predominar la lógica de la
diferencia.
Decisión
y sedimentación
Si bien Hegemonía y
estrategia socialista realiza una síntesis de diferentes corrientes
teóricas, Laclau se concentró en debatir, todavía, con el marxismo y,
particularmente, con ciertas variaciones de estructuralismo althusseriano. En
los trabajos de los años 90, la distinción entre lo social y lo político se
desplazó hacia un diálogo con corrientes de la teoría política. En este nuevo
marco, la imposibilidad de otorgar un cierre definitivo a lo social deviene un
argumento que contrapone a Laclau con Habermas, mientras que las prácticas
articulatorias son colocadas en relación a un momento de decisión –propio de lo
político– que interrumpe lo social como sedimentación (Laclau, 2000). Los
textos de los 90 buscan justificar una dimensión conflictual de lo político
antes que complejizar la descripción de lo social.
La definición de la sociedad como un objeto de sentido
imposible de ser clausurado pero al que se pretende instituir mediante
equilibrios de diferencias y equivalencias no fue dejado de lado en ningún
trabajo posterior a los 80. El punto de partida para definir la distinción
entre lo social y lo político siempre estará dado por esa construcción de una
universalidad nunca plenamente suturada, corroída internamente por sus propios
límites. Sin embargo, Laclau agregó nuevas categorías, mediante las que busca
precisar qué entiende por lo social.
La introducción de la noción de decisión –presente, desde
una perspectiva schmittiana, en los trabajos de Mouffe (2007)– cambia el campo
de aplicación de la diferencia entre lo social y lo político: de la falta de
correlación entre identidades políticas y posiciones estructurales Laclau pasa
a un planteo más general, que opone decisión a estructura. La imposibilidad de
suturar un sentido último de lo social equivale, entonces, a asimilar el
carácter contingente de cualquier identidad a su dependencia de una instancia originaria
de decisión y no tanto a la sobredeterminación de identidades como efecto del
carácter relacional de las mismas:
Si el agente no es, sin embargo,
enteramente interior a la estructura, esto se debe a que la estructura misma es
indecidible y en tal sentido no puede ser enteramente repetitiva, ya que las
decisiones tomadas a partir de ella –pero no determinadas por ella– la
transforman y subvierten de manera constante (…) La decisión tiene,
ontológicamente hablando, un carácter fundante tan primario como el de la
estructura a partir de la cual es tomada, ya que no está determinada por esta
última. (Laclau, 2000: 46-47)
La consecuencia de este desplazamiento teórico será
contraponer linealmente la decisión a la estructura, así como lo político se opone
a lo social. Incluso más: el par decisión/estructura deviene un modo de dar
cuenta de la distinción político/social.
Ciertamente, colocar a la estructura en oposición a la
decisión supone una perspectiva ajena al marxismo, que –desde diferentes posiciones,
inclusive el estructuralismo– resolvía esta cuestión a partir de la categoría
de práctica (Althusser y Balibar, 2004). Ahora bien, si ubicar al sujeto entre
la estructura y la decisión aleja a Laclau del marxismo subyacente a Hegemonía y estrategia socialista, el
modo de entender a la estructura lo distancia aún más.
Para dar cuenta del lugar de la decisión, Laclau recurre a
la noción de sedimentación empleada por el último Husserl. En efecto, en La
crisis de las ciencias europeas, la reducción de la complejidad del mundo
de la vida que realizaban las ciencias fue explicada a partir del momento
originario de Galileo, en el que habría operado una matematización de las
diferentes formas de la experiencia (Husserl, 2008). Esta operación primera
habría quedado borrada, tras la sedimentación que favorece la continuidad de
una decisión. Laclau traslada la categoría al conjunto de lo social,
convirtiéndola en un modo de explicar su génesis: “Las formas sedimentadas de
la ‘objetividad’ constituyen el campo de lo que denominamos lo social” (Laclau,
2000: 51).
De este modo, las estructuras que enmarcan a la decisión
pueden ser entendidas, a su vez, como sedimentaciones de decisiones anteriores.
Reactivaciones y sedimentaciones conformarían ciclos de rupturas de la
estructura; el antagonismo revelaría ya no solo el límite que impide clausurar
todo sentido sino la existencia de decisiones incompatibles. La dislocación
estructural y la subjetividad irrumpen como conceptos que explicarían el
surgimiento de demandas, cuestión no desarrollada por Laclau en los textos de
los 80’ (Retamozo, 2009).
La comprobación de la distinción entre lo social y lo
político siguió ligada al carácter contingente de la articulación, solo que
comprensible a través de la decisión:
Toda construcción política tiene
siempre lugar contra el telón de fondo de un conjunto de prácticas
sedimentadas. La última instancia en la que toda realidad es política no sólo
es asequible sino que, de ser alcanzada, borraría toda distinción entre lo
social y lo político (…) La distinción entre lo social y lo político es pues
ontológicamente constitutiva de las relaciones sociales. (Laclau, 2000: 52)
Desde luego, la sobredeterminación de Hegemonía y estrategia socialista y la decisión de Nuevas reflexiones sobre la revolución de
nuestro tiempo no conforman categorías incompatibles entre sí. Sin embargo,
llevan a conclusiones divergentes, que exponen qué tanto no resultan tan
fácilmente asimilables. Laclau extrae una serie de consecuencias a partir de
esta definición de lo social como capas sedimentadas.
En primer lugar, acentúa la primacía de lo político sobre lo
social. Las prácticas articulatorias de Hegemonía
y estrategia socialista demostraban el cierre imposible de lo social, pero
no lo convertían en su epifenómeno. En cambio, lo social como decisión
sedimentada necesariamente lo transforma –aunque sea en sus orígenes– en un
derivado de lo político. Este empleo de la categoría de decisión resulta de
utilidad para el estudio de movimientos sociales y procesos de movilización
(Retamozo, 2008) pero, como se desarrollará más adelante, no necesariamente
para la comprensión de significaciones de sentido común.
Empero –en segundo lugar– lo social es algo más que mera
sedimentación. En tanto toda decisión supone dejar de lado alternativas, lo
social no puede ser escindido de la existencia de “desniveles”, solo que ellos
no dejan de ser resultados de equilibrios anteriores:
No
toda posición en la sociedad, no toda lucha es igualmente capaz de transformar
sus contenidos en un punto nodal que pueda tornarse un significante vacío.
¿Pero no es esto volver a una concepción por demás tradicional de la
efectividad histórica de las fuerzas sociales (…)? No, porque estas
localizaciones sociales desiguales, algunas de las cuales representan puntos de
alta concentración de poder, son ellas mismas el resultado de procesos en los
que las lógicas de la diferencia y de la equivalencia se sobredeterminan entre
sí. (Laclau, 1996: 81)
Las decisiones sedimentadas se acumularían en “centros de
poder”. La acepción que utiliza Laclau de esta categoría resalta por su
generalidad y puede ser leída como un efecto de la contraposición lineal entre
estructura y decisión. En tanto lo social centrado y plenamente suturado no
existe, dichos centros no implican la existencia de un espacio social único; lo
social se encuentra “dislocado” (Laclau, 2000: 56) en diferentes puntos amenazados por sentidos que los
subviertan. Pero como meros focos de sedimentación, Laclau paradójicamente
reduce a lo social en única dimensión –la del poder como simple decisión
realizada– cuyas variaciones dependen de la mayor o menor articulación entre
identidades.
Así, a pesar de su carácter inestable –de abierto a la
contingencia-, lo social termina asimilado a una estructura de poder y los
sujetos a posiciones dentro de semejantes estructuras con posibilidad de
decisión. Definido como una sedimentación, lo social se identifica, además, a
un conjunto de diferencias relativamente consolidadas, cuyas relaciones son
interrumpidas por la instancia de la decisión. Ambos elementos –el lugar de las
diferencias y la decisión como su instancia de ruptura– reaparecerían, aunque
con la reformulación de algunas categorías, en La razón populista.
Institución
y populismo
En los textos de los años 80 y los 90, la definición de lo
social complementó dos acepciones básicas: como estructura, lo social supone un
conjunto de diferencias con relaciones entre identidades relativamente estables
aunque precarias; como puntos nodales o decisiones sedimentadas, lo social
asemeja a una construcción de sentido ubicada en algún punto entre la lógica de
la diferencia y de la equivalencia. Laclau suele pasar de una acepción a la
otra; ahora bien, entre ellas existe cierta tensión en tanto la estructura como
conjunto de diferencias lingüísticas –si bien abiertas– parece más próxima a
una lógica –la de la diferencia– que a la otra. ¿Cómo conciliar ambos modos de
entender a lo social? La solución –que ya entrañaba la introducción de la
categoría de decisión– partió de considerar al predominio de la lógica de la
equivalencia como una interrupción de una situación de lo social, si se quiere,
habitual, en la que predomina la lógica de la diferencia.
En La razón populista,
Laclau clarifica su noción de demanda. Sus nociones previas de articulación
equivalencial y de formación de fronteras se complementan con la nominación del
pueblo como condición del populismo (Laclau, 2011). Interrogándose por qué tipo
de unidad permite esta expresión, Laclau convierte a la demanda social en la
unidad más pequeña donde pueden encontrarse sus rasgos. Ahora bien, la
unificación de estas demandas deviene en un sistema estable de significación
una vez que la movilización política alcanza su punto más alto. Este sendero
desde la demanda en cuanto diferencia hasta la cadena equivalencial prioriza
–por lo menos en la construcción formal que realiza Laclau– procesos de
movilización. Esta operación relega la posibilidad de que semejantes
equivalencias surjan al interior de las representaciones sociales, aún en
situaciones que Laclau calificaría como predominio de la lógica institucional.
Así, La razón
populista precisa a lo social construyendo un momento hipotético mucho más
cercano al predominio de la diferencia:
La unidad más pequeña por la cual
comenzaremos corresponde a la categoría de “demanda social (…) Surgen problemas
de vivienda y un grupo de personas afectadas pide a las autoridades locales un
tipo de solución. Aquí tenemos una demanda que inicialmente tal vez sea solo
una petición. Si la demanda es satisfecha, allí termina el problema; pero si no
lo es, la gente puede comenzar a percibir que los vecinos tienen otras demandas
igualmente insatisfechas (…) Si la situación permanece igual por un determinado
tiempo, habrá una acumulación de demandas insatisfechas y una creciente
incapacidad del sistema institucional para absorberlas de modo diferencial (…)
y esto establece entre ellas una relación equivalencial. (Laclau, 2011: 98)
En textos anteriores –en especial en
Hegemonía y estrategia socialista–
Laclau se mostraba bastante más cauto en la extracción de conclusiones
sustanciales a partir de las categorías de su marco teórico, que siempre
concibió en clave de formalismos. La cita de arriba se aparta considerablemente
de ese procedimiento: Laclau construye una hipotética génesis de una relación
equivalencial, en la que se filtran numerosos supuestos respecto a cómo
entender a lo social. La suma de diferencias sobredeterminadas entre sí ceden
su lugar a demandas cuyo surgimiento es relativamente autónomo y que no
encuentran respuesta institucional. El resultado es una descripción
asombrosamente similar a la de la ciencia política de mediados de siglo XX, en
la que las demandas podían encontrar o no procesamiento en la “caja negra” del
sistema político (Almond y Powell, 1978). En este escenario, es de esperarse
que las identidades encuentren resolución institucional –es decir, bajo un
predominio de la lógica de la diferencia– puesto que están concebidas como
diferencia relativamente aisladas entre sí que solo por no encontrar encauce,
acabarían por encontrarse con otras demandas.
No es de extrañar que, desde semejante punto de partida, la
práctica articulatoria de Hegemonía y
estrategia socialista transmute en el momento populista como interrupción
de esta resolución institucional a la que estarían habituadas las demandas. En
esta operación –en la que finalmente el predominio de la equivalencia supone
una situación de pausa del cauce normal de las identidades– la distinción entre
lo social y lo político tiende a solaparse con las dicotomías
diferencia/equivalencia e institucional/populismo.
Si bien Laclau entiende que las lógicas institucionales y
populistas suponen los extremos ideales de un continuo, la descripción que
realiza de lo institucional –y el modo en que lo populista lo interrumpiría–
llevan a una definición de lo social más cerrada que la de textos anteriores.
En este punto, la prioridad de la dimensión discursiva de la estructura se muestra
contraproducente: la lógica institucional asimila al sistema cerrado de
Saussure, por lo menos mientras no irrumpa el momento populista. Al recuperar
la complementariedad entre significado y significante –es decir, el signo
saussureano– Laclau impide que al interior de la estructura se generen
equivalencias simbólicas, salvo por mediación de un elemento externo (decisión,
líder, populismo). Por el contrario, cabe preguntarse si las construcciones de
sentido común no están plagadas de ambigüedades e intercambios al igual que las
complejas operaciones de nominación que involucran significantes vacíos; es
decir, si en lo que Laclau entiende por lógica de la diferencia no se presenta
una menor grado de clausura simbólica.
Desde el extremo de La
razón populista, la definición de lo social se muestra tanto próxima como
alejada de Hegemonía y estrategia
socialista. Laclau siguió entendiendo a lo social como una clausura
imposible sobre la que se pretende, empero, construir sentido. Pero la relación
con otras categorías –decisión, populismo, etc.– acentuaron rasgos de la
distinción de lo social y lo político diferentes. En este desarrollo –en el que
lo político finalmente interrumpe la continuidad de lo social– Laclau tuvo un
devenir teórico similar al de otros autores que suelen ser ubicados en el
“posmarxismo”, como Badiou o Rancière – acerca de quien incluso el propio
Laclau se detiene hacia el final del libro para aclarar cuáles son sus
diferencias con El desacuerdo (Laclau, 2011).
Los
órdenes de la estructura
Dos aportes de Lacan resultan fundamentales para comprender
la formación de identidades en Laclau. Por un lado, el rol de los afectos, que
se vincula a la tríada de lo simbólico, lo imaginario y lo real (Lacan, 2014).
Por el otro, la articulación de significantes como generación de significados
(Lacan, 2002). Laclau aportó una lectura original de estos dos elementos aunque
la reformulación del segundo llevó a ciertas dificultades teóricas en relación
a lo social.
Si bien emplea otra terminología, el pensamiento de Laclau
es relativamente fiel al primer aporte de Lacan. Para este último, la realidad
humana se organiza por los órdenes de lo simbólico, lo imaginario y lo real
(Lacan, 2014). A diferencia del estructuralismo lingüístico del período de entreguerras,
Lacan no entiende a la estructura como un todo coherente, sino como más bien
antinómica e incompleta. Esta definición de la estructura supuso un retorno y
relectura de Freud, Lévi-Strauss y Saussure (Dosse, 2017). Cada uno de los tres
órdenes se considera como redondeles de una cuerda, que se anudan entre sí,
cuyo ordenamiento no es estático, sino que asume diversas formas de
combinación. Así, el orden puede ser tanto SIR, como RIS, IRS, etc. El carácter
de conjunto de estos elementos apoya la descripción de Laclau sobre las
articulaciones entre identidades. Al mismo tiempo, la presencia de la falta en
la estructura inscribió a Lacan en el posestructuralismo (Dosse, 2017) y
constituyó una referencia central para la imposible sutura de la social según
Laclau. Para Lacan, lo real es inaccesible en el sentido de que es
irrepresentable (Dosse, 2017), de la misma forma que Laclau y Mouffe indican
que “la sociedad no es un objeto legítimo de discurso” (Laclau y Mouffe, 2015:
189).
Para el sujeto, lo simbólico cumple la función de
distanciarlo de su relación del otro, produciendo un desdoblamiento de la
posición del otro imaginario y del otro simbólico. Al mismo tiempo, los efectos
de lo real sobre lo imaginario pueden ser reconocidos en el antagonismo, en tanto
actualización del trauma de lo real (Biglieri y Perelló, 2011). Este
solapamiento entre alteridades coloca a los afectos en el centro de la
formación de identidades. La importancia de esta dimensión fue creciendo a lo
largo de la obra Laclau, hasta ser resaltado en La razón populista. Sin embargo, su rol no resulta del todo claro y
los ejemplos que aporta, por lo menos por momentos, parecieran favorecer cierto
anclaje individual de lo afectivo que no resulta del todo conciliable con el
resto de su andamiaje teórico.
En cambio, a pesar del común énfasis en la dislocación, la
definición de la estructura presenta distancias entre Laclau y Lacan, Como ya
se mencionó, el primero retorna sobre el signo saussureano. Para Lacan, los
elementos simbólicos poseen un valor diferencial pero la articulación entre
significantes supone otro lugar del significado. La significación es figurada,
dado que en el inconsciente los términos no tienen una significación fija sino
que resulta un efecto imaginario de la estructura simbólica (Lacan, 1999). Así,
el significante –o más bien la relación y articulación entre significantes–
genera significación. Las cadenas equivalenciales lacanianas conllevan un
estatuto distinto de los significantes, que justifica su producción de significados.
Lejos está Lacan, por tanto, de una complementariedad con el plano del
significado, que la noción de diferencia –tal y como es trabajada en
Laclau– favorece.
El contraste entre Laclau y Lacan puede ser reconocido en el
uso que primero realiza de los “significantes vacíos”. Los distintos usos que
Laclau realiza de este concepto han sido recurrentemente remarcados (Zicman de
Barros, 2023; Ostuguy y Mouffit, 2020). Así, en los años 90, Laclau y Mouffe
los asemejaron a los “puntos nodales” lacanianos, pero en los trabajos
posteriores a los años 2000’, la categoría adquirió otros empleos (Zicman de
Barros, 2023). Por lo menos parcialmente, puede ser definido como un
significante tendencialmente vacío, es decir, que siempre guarda un resabio de
particularidad, de diferencia, es decir, de significado (Laclau, 2005).
Ciertamente, este argumento explica la ambigüedad de demandas, de líderes o de
formas de nominación (pueblo, nación). Empero, reduce los significados a un
elemento inerte, que espeja la definición de la estructura como dispersión de
posiciones sociales.
Así, en ausencia de equivalencias, lo social es incapaz de
producir significados ambivalentes. Lo autoevidente de la formación diferencial
de demandas es la contracara de los significantes vacíos: la diferencia se
encuentra cerrada sobre sí misma –y quizá institucionalmente resuelta (Laclau,
2005)– salvo que aparezca un elemento externo. De ahí el peso creciente del
decisionismo en la obra de Laclau y de la figura del líder.
En los últimos años, Ostuguy y Mouffit han propuesto retener
una dimensión experiencial de las significaciones ahondando en la dimensión
performativa de la acción de líderes así como en la diversidad de
interpretaciones que recibe de parte de sus seguidores (Ostuguy y Mouffit,
2020). Aquí, en cambio, se considera que un modo de superar estas dificultades
teóricas se encuentra en el estudio de representaciones sociales de sentido
común. Para tal fin, cabe explorar una recuperación de la generación lacaniana de significado a partir
del significante, reemplazando a la complementariedad entre planos. Para la
perspectiva de este artículo, este desplazamiento facilitaría la comprensión de
representaciones sociales de sentido común y colocaría la ambigüedad de
significados al interior de lo social.
En efecto, en la estructura social existen elementos que
favorecen la articulación entre significantes pero que en la descripción de
Laclau sobre el surgimiento de identidades permanecen relegados. Por ejemplo,
la capacidad simbólica del Estado en tanto creador de categorizaciones sociales
(Bourdieu, 2014) es reducida en La razón
populista a una resolución diferencial (institucional) de demandas. Por el
contrario, las nominaciones estatales bien pueden demostrarse parciales, pueden
vincular sujetos y demandas entre sí tanto como apartar otros, pueden legitimar
ciertos reclamos como impugnarlos. Si bien la temática excede a este artículo,
cabe reconocer en lo estatal –en sus categorizaciones y en cómo son socialmente
representadas– una dimensión que complejiza el tratamiento de Laclau sobre lo
social y que exhibe cómo lo que denomina “demandas democráticas” ya se
encuentran provistas de equivalencias a su interior.
De la misma forma, Laclau justificó en los 80 la ausencia de
prioridad ontológica de las clases sociales sobre otras esferas de la vida
social al momento de la formación de identidades y antagonismos (Laclau y
Mouffe, 2015). Más allá de lo valioso del aporte, cabe preguntarse sí la
definición de este límite a la capacidad de las clases sociales –validado en su
momento por el surgimiento de los nuevos movimientos sociales– agota su rol en
el surgimiento de demandas. En Hegemonía
y estrategia socialista, las clases devienen una diferencia más, isomórfica
a otras identidades, como las de esos movimientos (feministas, ecologistas,
derechos humanos, etc.). Cabe preguntarse si, por caso, la trayectoria laboral
de los sujetos no puede cumplir un rol transversal a la formación de demandas,
promoviendo equivalencias simbólicas o apartando significantes entre sí. Así
como lo estatal no parece fácil de reducir a la lógica de las diferencias, las
clases sociales tampoco son asimilables a un significado diferencial, más allá
de las dificultades del marxismo del siglo XX para conceptualizar su rol.
Sin ánimos exhaustivos, colocar a la articulación lacaniana
de significantes al interior de lo social –y no como aquello que vendría a
impedir su tendencia a la clausura– podría abrir otros interrogantes,
conservando la importancia concedida por Laclau a las demandas como el producto
de suturas simbólicas. ¿La ambigüedad de significados debe explicarse siempre
por capas de sedimentación emanadas de decisiones contingentes? ¿O qué formas
de socialización pueden vincular a los sujetos a complejas equivalencias
simbólicas sin mediar una exterioridad de lo social? ¿Qué entramados sociales
resultan pertinentes para estudiar estas equivalencias? ¿Su carácter
contingente justifica la semejanza entre formas, como si existieran similitudes
en la constitución de demandas más allá de los espacios sociales que
involucran? ¿Qué distancias teóricas se presentan entre abordar la sutura de
significados en términos de representaciones sociales de sentido o inscriptas
en dinámicas de movilización política?
Las aporías de su noción de lo social no quitan originalidad
al planteo de Laclau. Por el contrario, invitan a retener su énfasis en el
carácter articulatorio de lo simbólico –en su fragilidad tanto como en su
búsqueda de cierre– sin que la primacía de lo político reduzca a lo social a un
conjunto de posiciones dispersas, tendencialmente cerradas. Reformular la
relación entre la experiencia de los sujetos en instancias estructurales de
socialización y la generación de significaciones podría conducir a nuevos
abordajes de la tematización de demandas, reteniendo las ambigüedades que son
propias de lo social sin reducirlo simplemente a un resabio de sedimentaciones
que lo exceden.
Conclusiones
La distinción entre lo social y lo político cumple un rol
central en la obra de Laclau, permitiéndole discutir con el marxismo –en
especial en sus primeros trabajos– y con diferentes corrientes de la teoría
política, en especial a partir de los años 90'. Lo social puede ser entendido a
partir de dos rasgos centrales: por un lado, su carácter de estructura de
diferencias discursivas sobredeterminada por las relaciones entre ellas, que le
impiden fijar un sentido; por el otro, la pretensión –por más que imposible– de
clausurarlo, a partir de un equilibrio de lógicas de la diferencia y de la
equivalencia.
Estas dos dimensiones se complementan en los diferentes
textos pero su relación con lo político no está exenta de tensiones. Los
cambios realizados sucesivamente por Laclau en la distinción entre lo social y
lo político acentuaron la primacía del segundo.
Hegemonía y estrategia socialista
todavía tenía como principal interlocutor al estructuralismo althusseriano; no
suponía un abandono del marxismo aunque sí su replanteo radical. La
introducción de las categorías de decisión y sedimentación abrieron un espacio
teórico en el que lo social asimila fuertemente a un conjunto de diferencias
que, mientras se mantengan en el plano de lo social, permanecen entre cerradas
y aisladas. El predominio de la lógica institucional presente en La
razón populista avanza en una definición como estructura de diferencias que
solo puede ser interrumpida fugazmente por momentos de predominio de la lógica
de la equivalencia.
El planteo de Laclau –que empezó
resaltando el carácter abierto de lo social y destacando su politicidad– acaba,
entonces, en un punto un tanto paradójico. La teoría de Laclau suele ser
criticada por tener una definición estrecha de la estructura, en la que el abordaje
en el terreno de lo discursivo ocultaría otras dimensiones estructurales. Más
allá del mérito de estas críticas, el uso de la contraposición entre decisión y
estructura también es problemática desde el punto de vista de la agencia, que o
bien queda reducida a una instancia de decisión autofundante o –como en los
reproches habituales al estructuralismo de los 60 – resulta difícil de
conciliar con su noción de estructura.
Como resultado, Laclau aportó una
conceptualización de lo simbólico que enfatizó su carácter de sutura
contingente, contribuyendo a un abordaje original de surgimiento de movimientos
y de identificación con liderazgos. Por el contrario, las aporías de lo social
resaltan en relación a las representaciones sociales de sentido común, transformadas
en capas sedimentadas de sentidos, derivadas de decisiones contingentes
situadas en otro plano (lo político). Por lo tanto, si los trabajos de Laclau
permiten vincular la formación de demandas a procesos de movilización, poseen
dificultades para vincular la tematización de lo demandable a significaciones
socialmente extendidas.
La inversión del significante por Lacan, –donde la
articulación significante desliza en
significado– podría evitar algunas de estas complejidades. Aquí, se
exploró comprender el surgimiento de demandas a partir de la relación entre
significantes vinculados a la interacción de los agentes en diferentes
instancias de socialización. Los sentidos generados por la experiencia de los
sujetos en dichas instancias –por ejemplo, con el Estado o con el mercado
laboral– podrían ser entendidos como transversales a la articulación entre
significantes. De esta manera, se podría conservar el énfasis de Laclau en las
demandas como el producto de la sutura de significados, sin reducir a lo social
a un conjunto de posiciones dispersas.
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1-19.
[1] Becaria interna doctoral en el Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas con sede en el Instituto de Investigaciones Gino
Germani, Facultad de Sociales, Universidad de Buenos Aires. Ayudante de primera
en la Carrera de Ciencia Política, Universidad de Buenos Aires. Licenciada en
Sociología, Maestranda en Teoría política y Social por la Universidad de
Buenos. Ha publicado trabajos sobre sociología política y opinión pública.
ORCID: https://orcid.org/0000-0003-1417-3271
Correo electrónico: brenda.leonela.infante@gmail.com
[2] Becario interno doctoral en el Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas con sede en el Instituto de
Investigaciones Gino Germani, Facultad de Sociales, Universidad de Buenos
Aires. Ayudante de primera en la Carrera de Ciencia Política, Universidad de
Buenos Aires. Licenciado en Ciencia Política y Licenciado en Sociología por la
Universidad de Buenos Aires. Magíster en Sociología de la Cultura y Análisis
Cultural por la Universidad Nacional de San Martín. Ha publicado trabajos sobre
representaciones sociales de sectores populares, en especial en relación a
temáticas de sociología urbana y sociología política.
ORCID: https://orcid.org/0000-0003-1738-7881
Correo electrónico: javiern1991@gmail.com