La Escuela de Frankfurt, Freud y Marx en diálogo: desafíos y aportes en el contexto actual

The Frankfurt School, Freud and Marx in dialogue: challenges and contributions in the current context

A Escola de Frankfurt, Freud e Marx em diálogo: desafios e contribuições no contexto atual

 

Dra. Sheila López-Pérez

(Universidad Isabel I, España)[1]

 

Fecha de recepción: 07 de octubre de 2024

Fecha de aceptación: 27 de noviembre de 2024

 

https://lh7-us.googleusercontent.com/or-_6Pxf3O89e7DWEnCI25_rz-irkaTGhKa3YyLUN7uzs60VIsOqj149BLobXgL0njUewuxdtVcZnxxk_lAD7Fz0i72Unfan2y9ZXoxcaa13K6jV80jxkGOet1PkKKKqqnNT0QVuiFccvjXPnYUSsw

Creative Commons 4.0

 

Cómo citar: López-Pérez, S. (2024). La Escuela de Frankfurt, Freud y Marx en diálogo: desafíos y aportes en el contexto actual. Revista Pares - Ciencias Sociales, 4(2), 191-208.

ARK CAICYT: https://id.caicyt.gov.ar/ark:/s27188582/hyc4zjnwz

 

Resumen

El presente trabajo rastrea las características del freudomarxismo para testar su posible pertinencia en el análisis de la sociedad contemporánea. En persecución de este objetivo, primeramente presentaremos un breve acercamiento a las teorías sociales de Marx y de Freud, de modo que podamos comprender mejor su posible síntesis así como la legitimidad de su fusión. Seguidamente, abordaremos el nacimiento de la corriente freudomarxista con especial énfasis en los pensadores de la Escuela de Frankfurt, pioneros en su abordaje y difusión. Indagaremos el modo en que los de Frankfurt utilizaron dicha fusión para analizar los efectos del capitalismo contemporáneo, la mentalidad consumista y la adscripción a los fascismos del siglo XX. Por último, esbozaremos los motivos por los que consideramos el freudomarxismo una teoría capaz de analizar la sociedad actual.

Palabras clave: Freudomarxismo, capitalismo, sociedad contemporánea, individuo, moral

 

Abstract

The present work traces the characteristics of Freudo-Marxism to test its possible relevance in the analysis of contemporary society. In pursuit of this objective, we will first present a brief approach to the social theories of Marx and Freud, so that we can better understand their possible synthesis as well as the legitimacy of their fusion. Next, we will address the birth of the freudo-marxist current with special emphasis on the thinkers of the Frankfurt School, pioneers in its approach and dissemination. We will investigate the way in which those from Frankfurt used this fusion to analyze the effects of contemporary capitalism, the consumerist mentality and the affiliation to the fascisms of the 20th Century. Finally, we will outline the reasons why we consider Freudo-Marxism a theory capable of analyzing current society.

Keywords: Freudomarxism, capitalism, contemporary society, individual, morality

 

Resumo

O presente trabalho traça as características do Freudo-Marxismo para testar sua possível relevância na análise da sociedade contemporânea. Na prossecução deste objetivo, apresentaremos, primeiro, uma breve abordagem das teorias sociais de Marx e Freud, para que possamos compreender melhor a sua possível síntese, bem como a legitimidade da sua fusão. A seguir, abordaremos o nascimento da corrente freudo-marxista, com especial destaque para os pensadores da Escola de Frankfurt, pioneiros na sua abordagem e divulgação. Investigaremos a forma como aqueles de Frankfurt utilizaram esta fusão para analisar os efeitos do capitalismo contemporâneo, da mentalidade consumista e da filiação aos fascismos do século XX. Por fim, delinearemos as razões pelas quais consideramos o Freudo-Marxismo uma teoria capaz de analisar a sociedade atual.

Palavras-chave: Freudo-marxismo, capitalismo, sociedade contemporânea, indivíduo, moralidade

 

1. Introducción

Freudismo y marxismo son corrientes que han generado polémica desde su nacimiento. En efecto, cada una de ellas nació para echar abajo ciertas concepciones arraigadas en la sociedad occidental y por ello se volvieron blanco de sus críticas. El marxismo sometió a un análisis radical el sustento del pensamiento filosófico de la modernidad capitalista y liberal (López Pérez, 2023). El freudismo, por su parte, revolucionó no solo la comprensión de la psique humana, sino también numerosas concepciones sobre la naturaleza, la sociabilidad, las relaciones intrafamiliares y la conducta (Fromm, 1999).

Si el marxismo y el freudismo han sobrevivido en cierta medida después de tantos años se debe a que, aunque emergieron en contextos diferentes, ambos sistemas desafiaron las ideas predominantes de unas épocas cuyos imaginarios se extienden hasta nuestra actualidad. La satisfacción inmediata prometida por el consumismo, la alienación provocada por el trabajo capitalista, la represión de los impulsos y deseos humanos, el conformismo y la falsa conciencia, el papel del Estado como instrumento de opresión, la incapacidad para construir una vida feliz; todas ellas son características de un sistema que ha evolucionado, pero que se mantiene estable en sus fundamentos.

La fusión entre marxismo y freudismo es un tema que ha generado debate y discusión en el ámbito de la filosofía política, la sociología y la psicología a lo largo del último siglo. La convergencia de ideas entre estas dos corrientes se ha denominado “freudomarxismo”, y ha consistido en una diversa combinación de elementos que tratan de abarcar mejor la naturaleza de la civilización occidental (Rodríguez Benítez, 2023).

La legitimidad de esta fusión ha dependido en gran medida de quién es su analizador, de la perspectiva desde la cual se evalúe y del contexto en el que se aplique. Algunos han argumentado que la síntesis entre ideas freudianas y marxistas es muy valiosa, ya que ambas teorías ofrecen análisis profundos de la relación entre naturaleza humana y sociedad. En este sentido, se ha argumentado que el psicoanálisis explica mejor que nadie cómo las dinámicas psicológicas individuales beben de las estructuras sociales, mientras que el marxismo, por su parte, proporciona un marco inigualable para analizar las relaciones de poder y las desigualdades en esas sociedades en las que se conforman las psiques (Castilla del Pino, 1971, p. 13; Taberner & Rojas, 1985, p. 88). Desde esta perspectiva, la fusión entre marxismo y freudismo aparece como un hecho de ineludible éxito.

Otros críticos, sin embargo, han argumentado que la fusión entre estas teorías es problemática debido a diferencias fundamentales en sus enfoques y objetivos. El marxismo se centra principalmente en las cuestiones económicas y de clase, mientras que el psicoanálisis se enfoca en aspectos psicológicos individuales. Además, estos críticos argumentan que el intento de fusionar las dos teorías puede simplificar en exceso la complejidad de sus enfoques, lo que llevaría a interpretaciones reduccionistas y distorsionadas y provocaría que perdieran riqueza interpretativa. En resumidas cuentas, la legitimidad de la fusión entre freudismo y marxismo es un debate aún en curso.

El objetivo de este texto es rastrear los pormenores de ambas corrientes y analizar la legitimidad de su fusión, así como tantear su utilidad para interpretar la actualidad. Nosotros, habiendo pasado por diversos acontecimientos históricos desde los escritos de Marx y Freud, estamos en una posición privilegiada para testar sus predicciones y argumentos. Con relación a las teorías de Marx, tendríamos difícil negar que el marxismo teorizó de manera apropiada las causas que hacían del capitalismo de libre competencia un sistema bárbaro y hostil a las necesidades de la mayoría. También sería difícil negar el gran descubrimiento de Freud: que la psique individual está configurada de maneras mucho menos “lógicas”, evidentes y predecibles de lo que el racionalismo occidental ha tratado de fundamentar. Partiendo de que estos dos descubrimientos han resultado ser de gran utilidad para la sociedad contemporánea, nos aventuraremos a explorar el resto y a tantear una posible actualización de su crítica.

Para abordar el freudomarxismo como herramienta analítica de la sociedad contemporánea, este trabajo adopta una metodología fundamentada en tres ejes principales. En el primero de ellos, mediante revisión bibliográfica, se realiza una recopilación y análisis de fuentes clave en la obra de autores como Karl Marx, Sigmund Freud y los principales representantes del freudomarxismo, sobre todo algunos pensadores de la Escuela de Frankfurt: Adorno, Marcuse y Fromm. Además, se incorporan investigaciones contemporáneas que actualizan y contextualizan estas ideas en el marco del capitalismo digital y las dinámicas sociales actuales. Seguidamente, en el segundo eje, se lleva a cabo un análisis histórico-conceptual, en el que se examina el surgimiento, desarrollo y crítica de las ideas freudomarxistas, contextualizándolas en sus respectivos momentos históricos y analizando su impacto en la configuración de la crítica social y psicológica frente al capitalismo contemporáneo. Finalmente, en el tercer y último eje, se lleva a cabo una síntesis interdisciplinaria, que propone una integración de perspectivas provenientes del psicoanálisis, la sociología crítica y la filosofía política, con el fin de evaluar la relevancia de las ideas freudomarxistas para interpretar fenómenos actuales, como el consumismo, la alienación y la manipulación cultural.

Este enfoque metodológico tiene como objetivo no solo rastrear las raíces teóricas del freudomarxismo, sino también evaluar su pertinencia para comprender las dinámicas socioeconómicas y psicológicas contemporáneas, previa adaptación de sus postulados a los desafíos del siglo XXI.

 

2. La crítica marxista y la crítica freudiana

El marxismo ha sido calificado como una de las interpretaciones más influyentes sobre las dinámicas socioeconómicas del capitalismo, mientras que el psicoanálisis ofrece un marco único para analizar las dinámicas individuales (Marcuse, 2010). La posible síntesis entre estas teorías, defendida por autores como Fromm y Marcuse, encuentra sustento en la idea de que las estructuras sociales moldean la psique individual, y viceversa (Fromm, 2014). Ambas teorías colaboran a la hora de esclarecer la “teoría de la motivación” de los procesos de la realidad: el primero arrojando luz sobre lo socioeconómico; el segundo, sobre la psique individual.

No obstante, esta síntesis ha sido objeto de múltiples críticas. Algunos autores consideran problemático integrar enfoques tan alejados, alegando que se corre el riesgo de simplificar excesivamente las complejidades de ambas teorías (Taberner & Rojas, 1985). No obstante, estudios recientes argumentan que su integración puede ofrecer herramientas cruciales para comprender fenómenos contemporáneos, como el auge de las redes sociales y su impacto en la psique colectiva (Rodríguez Benítez, 2023).

El intento de establecer un puente entre ellos, que muestre que los actos llevados a cabo en el mundo socioeconómico nacen de la psique individual y que esta, a su vez, está determinada por el mundo socioeconómico, es lo que han tratado de llevar a cabo los pensadores freudomarxistas desde hace aproximadamente un siglo. Por tanto, comenzaremos primeramente por explorar las obras de Marx y de Freud.

Sus diferencias a la hora de analizar la realidad han sido motivo de enfrentamiento entre los acólitos de cada corriente. Por un lado, al marxismo se le ha acusado de ser incompatible con la atención al sujeto concreto; al psicoanálisis, por su parte, de ser irremediablemente individualista. No se discute tanto la utilidad de su coexistencia cuanto lo inviable de una posible síntesis, así como la incompatibilidad entre sus premisas y objetivos.

Marx puso empeño en dar una explicación sociohistórica del modo de ser de los individuos, los cuales, según él, se constituían a través de su participación en el medio social (Marx & Engels, 2014, pp. 67-68) . Así pues, su contribución en la labor de producción de la comunidad es lo que los configurará como sujetos (Marx, 2008, pp. 13-15; 77-81). Para Freud (1986a), por el contrario, la naturaleza individual es el dato primigenio del que partimos, mientras que la socialización es algo impuesto al núcleo originario biológico-instintivo (Freud, 1986b). Mientras que para Marx todo nuestro desarrollo depende de las condiciones materiales de existencia, para Freud existe un Yo que está en constante confrontación con su situación material concreta (Brown, 1973: 95).

Así pues, Marx cree que la sustancia del hombre es su antropogénesis colectiva, p. el hombre se va haciendo en contacto con las formas sociales cambiantes y las objetivaciones materiales del trabajo (López Pérez, 2023, p. 7). En este sentido la historia no deja de transformarse a medida que nacen nuevos individuos y nuevas formas de trabajo. Para Freud, en cambio, la historia es un horizonte cerrado y repetitivo que va apagando la instintividad del ser humano, en la medida en que el Estado “perfecciona” las formas sociales de coerción y homogeniza a los sujetos.

En lo que respecta a su tratamiento del individuo, el determinismo psíquico y la fijación de los instintos son la marca de la teoría freudiana. Mientras tanto, la teoría marxiana subraya la plasticidad del ser humano, esto es, la posibilidad de labrarse un futuro diferente a su pasado y, por tanto, diferente de los instintos heredados. De ahí el optimismo prometeico y revolucionario del segundo, que contrasta con el indefectible derrotismo del primero.

En lo que respecta a su metodología, Marx decidió utilizar el materialismo dialéctico para analizar una realidad en constante evolución. En opinión del alemán, esta herramienta no componía una filosofía abstracta y especulativa, sino que se trataba de una ciencia positiva, natural y exacta. Cualquier explicación de la realidad debía apoyarse en los datos empíricos que la ciencia podía extraer de cada momento concreto, y esto era precisamente lo que hacía el materialismo dialéctico. Concebir dialécticamente un objeto, pensar una realidad desde la dialéctica supone aproximarse a ella como totalidad conflictiva en movimiento, en donde sus partes a la vez se sostienen y están en continua fricción (Reich, 1989, p. 131). Esto provoca situaciones nuevas e insospechadas, o, lo que es lo mismo, transformaciones que hacen precisa una recomposición continua del equilibrio perdido en la que lo antiguo se conserva y se supera en lo nuevo.

El materialismo dialéctico del que hizo uso Marx parte de la relación entre sujeto y naturaleza para explicar la evolución de la historia: el sujeto se “civiliza” a medida que controla, de manera cada vez más perfeccionada, la naturaleza, mientras que esta se “humaniza” a medida que el primero incide en y sobre ella, haciendo del mundo algo no solo “en sí” sino también “para sí” (López Pérez, 2023, p. 8). La principal diferencia con Freud radica en que este cree que, a medida que el hombre humaniza la naturaleza –transformándola con la técnica a su imagen y semejanza–, se deshumaniza a sí mismo. Para el psicoanalista, más civilización equivale a menos humanización, en las antípodas de Marx.

Recordemos que Marx vivió en una época influenciada por el idealismo alemán. Debido a ello se empapó de la creencia de que, cuanto más transformase el ser humano la realidad, mejor accedería al conocimiento de sí mismo. Puesto que la esencia del ser humano es su capacidad creadora, aquello en lo que elige ir transformándose, solo se podrá conocer a sí en la medida en que se crea. Esta idea, no obstante, era demasiado “artificiosa” para Freud, quien creía en los instintos, las pulsiones y los impulsos naturales. Según el psicoanalista, el ser humano tiene poco poder de intervención sobre su propia naturaleza; lo que sí tiene a su alcance es hacer conscientes sus neurosis particulares y, a partir de esta consciencia, tratar de integrarlas en una vida lo más normal posible.

Freud manifestó que la dialéctica marxista era simplemente un “residuo de aquella oscura filosofía hegeliana” (Freud, 1976, p. 163). De esta manera mostraba su desprecio por cualquier teoría demasiado idealista, metafísica y artificiosa del ser humano, adjetivos que para él eran sinónimos y ciertamente peyorativos. Podríamos aducir que el austriaco no captó la diferencia entre la dialéctica como sistema –en la que se podría encuadrar la filosofía de Hegel– y la dialéctica como método –en el que quizá se encuadre la de Marx, aunque hay diferentes opiniones al respecto[2]–. Freud entendió el marxismo como una teoría historicista y observó en él un vaciamiento de sujetos, llegando incluso a sugerir, en tono jocoso, que no le vendría mal acudir a psicoanálisis (Freud, 1976, p. 872).

El austriaco pensó toda la historia del ser humano bajo el signo de la represión. Aun señalando que las fuentes profundas del malestar individual son siempre de naturaleza social, no se sintió llamado a formular teorías revolucionarias que pudiesen arreglar esta situación: consideraba insuperables los males e insuficientes las terapias. La labor del psicoanálisis debía lograr otra cosa: facilitar el crecimiento del yo y de la conciencia, de modo que permitiera al sujeto convivir con un principio de realidad que, de otro modo, podría resultar asfixiante.

Debemos tener en cuenta que el presupuesto del que partía el austríaco era la tradicional concepción hobbesiana del mundo como campo de lucha en el que individuo e individuo, por una parte, e individuo y sociedad, por otra, estaban irremediablemente enfrentados (Hobbes, 2003, p. 294). Junto con la inevitabilidad de estas conflictivas relaciones aparece, en su opinión, la irremediable necesidad de sujeción de lo individual a lo social. En la base de este presupuesto está la idea de una naturaleza humana pura y pre-social que exige ser socializada, tarea ardua ya que lo instintivo se resiste continuamente a su integración en lo colectivo.

Marx, por su parte, pensó la historia del ser humano bajo el signo de la alienación. Contrariamente al hobbesianismo de Freud, Marx participaba de la creencia roussoniana de que el ser humano era bueno por naturaleza, y eran las cadenas sociales las que lo corrompían. La naturaleza humana consistiría entonces en un hacerse –y por tanto liberarse– mediante el trabajo, a través del cual el hombre se ponía en contacto con la naturaleza y con sus iguales. La división del trabajo y la emergencia de la propiedad privada habían perturbado la condición esencial del ser humano, el cual ya no lograba conectar con lo que le rodeaba. La sociedad comunista debía restablecer ese carácter social mediante la apropiación comunitaria de los medios de producción y, consecuentemente, hacer desaparecer el trabajo alienado junto con las demás formas de explotación (Marx & Engels, 2014, p. 99).

Marx y Freud, en cierto sentido, concibieron conjuntamente la historia del hombre como la mutilación que sufre su verdadera naturaleza. A pesar de que entre ellos solo parece haber un punto en común, aquel que se refiere al reconocimiento de una falta radical en la existencia del ser humano, la localización de qué ha de completar dicha falta y la pregunta de si esta puede ser completada compone su gran diferenciación.

 

3. La Escuela de Frankfurt: los primeros pensadores freudomarxistas

En sentido técnico es más correcto hablar de pensadores freudomarxistas que de freudomarxismo. Se trata de pensadores contemporáneos que se apoyaron en las enseñanzas de Marx y Freud para elaborar una crítica capaz de alumbrar los efectos psicológicos y sociales del capitalismo tardío. Algunas de las características que compartieron estos pensadores son el ateísmo –o agnosticismo–, su oposición al sistema mercantil, su rechazo de los tabúes sexuales conservadores, su crítica al modus vivendi consumista y su amparo de la afectividad como modo de relación propia de los humanos (Taberner & Rojas, 1985, p. 41).

Los miembros de la primera Escuela de Frankfurt son los más claros ejemplares de los pensadores freudomarxistas. Partiendo de Marx y Freud, elaboraron diferentes discursos no tanto negativos como negadores de la realidad prevaleciente. Desde un marxismo profundamente revisado y con elementos de la teoría de Max Weber, incorporaron a su teoría crítica de la sociedad lecturas libres de muchos pensadores calificados de “negativos”: el joven Heidegger, un Hegel invertido –en el que la dialéctica, lejos de suponer una línea teleológica entre el en sí, por sí y en sí y para sí de cada elemento, supone un proceso abierto y sin final deductible–, un Nietzsche socializado –en el que el desarrollo del individuo se enfoca hacia su buen ensamblaje y cooperación en la sociedad, y no hacia un solipsismo despolitizado– un Schopenhauer algo menos pesimista de lo habitual y casi en su completitud, aunque a la par casi completamente transformados, a Marx y Freud.

Según Adorno et al. (1971), Freud explicaba mejor que nadie el carácter mediado de la personalidad –lo que para él significaba intervenido, influenciado–. En su opinión, los escritos de Freud atendían debidamente a la relación entre el ello y el yo, alumbrando las mediaciones impuestas que nos hacían actuar y pensar tal y como lo hacemos y de cuya influencia no somos conscientes. En este sentido, el psicoanalista era más adecuado para analizar la construcción de la individualidad que los marxistas, quienes trataban al ser humano como un ser puro –sin mediaciones– en una sociedad corrompida.

Los marxistas, recordemos, creían que el ser humano era bueno por naturaleza y que era la sociedad la que lo corrompía. Como contrapartida, también creían en la posibilidad de una armonía final entre individuo y sociedad, siempre y cuando esta última dejase de oprimir al primero. Adorno pensaba que Freud supo ver mejor que Marx el carácter traumático de toda civilización y la imposibilidad de un estadio final de reconciliación (Adorno, 2002, p. 54). En este sentido, los marxistas eran tan utópicos como poco realistas. Se podría decir que, en último término, los marxistas eran más conformistas que Freud, quien no trataba de resolver falsamente las contradicciones de un orden social irremediablemente dañado.

En opinión de Marcuse (2010), Freud comprendió mejor que nadie las causas del malestar contemporáneo: aunque en su terapia solo trataba de curar al individuo, en la teoría se daba cuenta de la dependencia entre patología individual y patología colectiva. Este argumento ha sido actualizado por estudios recientes que vinculan la dinámica capitalista con el impacto de las industrias culturales y tecnológicas en la conformación de las subjetividades (Cabot Ramis, 2018).

Marcuse consideraba que el psicoanálisis proporcionaba una perspectiva valiosísima sobre cómo las sociedades podían reprimir a los individuos y mantener el orden social sin que los individuos se dieran cuenta (Marcuse, 1968a, p. 59). Esta fue, en su opinión, la gran diferencia entre Marx y Freud: mientras que el primero argumentaba que los individuos, aun de manera inconsciente, constatarían su opresión y tarde o temprano se rebelarían, el segundo tuvo la “desdicha” de vivir en una época en la que las técnicas de control social habían refinado sus mecanismos. Por esto era tan pesimista respecto a su liberación. En la época del capitalismo tardío, eran los propios sujetos los que deseaban verse en las zarpas de la dinámica capitalista del trabajo-consumo.

El marxismo, siguiendo con la opinión de Marcuse, teorizó adecuadamente las causas que hacían del capitalismo un sistema inhumano en cuyo seno no cabían ni la igualdad ni la dignidad. Al mismo tiempo, Marx vislumbró los cambios precisos para conseguir la ejecución de un proyecto comunitario de plenitud. Marcuse estaba de acuerdo con las tesis de Marx y creía que Freud se equivocaba al considerar imposible la creación de una estructura social que se ajustara a nuestras necesidades y deseos.

Tampoco a su colega Fromm le convencía la tesis freudiana del inevitable conflicto entre vida social y vida individual. En opinión de Fromm (2014, p. 132), hay en el homo sexualis de Freud –aislado, asocial e insaciable– muchos rasgos caracterológicos que expresan las cualidades del homo oeconomicus de la sociedad capitalista. Ambas tipologías están basadas en la idea hobbesiana del hombre como lobo para el hombre y se sitúan en las antípodas de la concepción demiúrgica de Fromm o Marcuse, quienes toman la naturaleza del hombre como algo construido. Fromm sostendrá que las concepciones hobbesiana y roussoniana están desfasadas: en realidad, el marco social no es una cárcel ni un paraíso. Se trata más bien de un campo de cultivo de las potencialidades humanas, y somos nosotros los que decidimos cuál de ellas potenciar. Lo que debemos analizar es por qué muchas veces el marco social obstaculiza las potencialidades beneficiosas y avala las perniciosas; de este modo, podremos emprender las acciones necesarias para subvertir dicha situación.

En opinión de Fromm, para determinar las características del ser humano no se ha de partir ni de lo biológico ni de lo económico, tal y como hicieron Freud y Marx, sino del análisis de la “situación humana” al completo, es decir, del conjunto de condiciones en las que emerge la existencia total del hombre. Tomar una sola de las caras de la realidad como causante de la situación humana al completo es el gran error de cualquier corriente o -ismo.

En cuanto perteneciente al mundo de los animales, el hombre necesita con la misma imperiosidad que ellos satisfacer sus necesidades fisiológicas, pero en tanto que humano, la satisfacción de estas no basta para plenificarle. En realidad, cada paso de su existencia, tanto individual como colectiva, significa la renuncia a un estado antiguo por un estado nuevo sin que este camino tenga una etapa final. La planificación, por tanto, consiste en seguir caminando.

 

4. Las contradicciones del siglo XX y el freudomarxismo

No es casual que una buena parte de la obra de los pensadores freudomarxistas –sobre todo Adorno, Marcuse y Fromm– se dedicara a reflexionar sobre la violencia y el fascismo (Adorno, 2009; Fromm, 1964;  Marcuse, 1986). Ensayos sobre política y cultura. Barcelona: Planeta-Agostini.. La clave económica parecía insuficiente para dar una explicación de aquella locura colectiva que desgraciadamente les tocó experimentar en el siglo XX. Es por esto que Adorno, Marcuse y Fromm exploraron los mecanismos profundos de la destructividad en el psiquismo humano, de modo que pudieran hallar una explicación razonable para el cataclismo que supusieron los fascismos contemporáneos. En esta línea, Fromm escribió: “El fascismo es un problema económico y político, pero su aceptación por parte de casi todo un pueblo ha de ser entendida sobre una base psicológica” (Fromm, 2004, p. 90). Este enfoque se ha revitalizado en la investigación contemporánea, que analiza el resurgimiento de movimientos autoritarios en un contexto de crisis económica y alienación cultural (Tafur Gómez, 2016).

Por su parte, Marcuse denunció la integración realizada por la razón técnica de todas las fuerzas sociales. El sistema ha demostrado poseer recursos suficientes para el control total, limando las contradicciones que existían en las primeras formas del capitalismo: contradicción trabajo-consumismo, contradicciones de clase, contradicciones ideológicas. Es justamente la domesticación de estos espacios de tensión conflictiva lo que distingue a la sociedad contemporánea de la sociedad teorizada por Marx. Al contrario que para los trabajadores de las fábricas del siglo XIX, las contradicciones del capitalismo actual ya no son un problema para los trabajadores contemporáneos. Su consecuencia más aparatosa es la desaparición del sujeto revolucionario en occidente, junto con el cierre de las posibles salidas del sistema. Este argumento ha sido utilizado en investigaciones actuales que han explorado cómo el capitalismo contemporáneo utiliza el big data y las tecnologías de vigilancia para reforzar su dominio sobre los ciudadanos, así como para capar la emergencia del sujeto revolucionario (Rodríguez Benítez, 2023).

El marxismo y el psicoanálisis fueron utilizados para dar cuenta de una sociedad en conflicto, en la que las clases y los individuos llevaban a cabo batallas colectivas e individuales en pos de su liberación. La liberación no se ha alcanzado y los conflictos han sido sustituidos por la integración de las contradicciones en un todo inmodificable. Freud fue quien alumbró los pormenores de este dispositivo al mostrar cómo actúan los mecanismos de control en el interior de la vida psíquica, pues es justamente en el psiquismo en donde se realiza el fundamental gobierno de los individuos en las sociedades contemporáneas. Debido a ello, Marcuse, Adorno y Fromm afirmaron que el psicoanálisis podría ayudar a desvelar las formas de control del capitalismo aún más que el marxismo, aunque este último fuese crucial para lograr la liberación colectiva.

La teoría de Freud explicó por primera vez la administración “controlada” de las necesidades que opera en el capitalismo contemporáneo (Freud, 1976). Esta administración de las necesidades desemboca en que los individuos deseen precisamente lo que el sistema puede proporcionarles. Apoyándose en sus enseñanzas, Marcuse (1968a) llegaba a preguntarse si, en tales circunstancias, tenía sentido seguir hablando de alienación, cuando es justamente el sujeto el que se reconoce plenamente en ese sistema de objetos para él elaborados. Ahora el control del individuo se basa en la creación de necesidades que precisan del sistema para ser satisfechas, lo cual conduce no solo a la adaptación a lo social, sino a la plena identificación con ello. Esta profunda adaptación, lejos de lo que buscaba la Escuela de Frankfurt, no se realizaba porque el sujeto hubiese logrado una sociedad racional en la que él mismo diera forma al objeto, sino porque el sujeto se adaptaba por completo a la ley del objeto.

Para conseguir esta plena identificación ni siquiera es indispensable el poder de una ideología que actúe machaconamente sobre los individuos. Toda la realidad es ya ideológica, pues el propio aparato productivo y los servicios que este crea adoctrinan nuestros hábitos y comportamientos hasta el punto de querer únicamente lo que el sistema ofrece. El conflicto freudiano entre el principio de placer –lo que deseamos– y el principio de realidad –lo que nos rodea– queda así zanjado, ya que la satisfacción individual se consigue aceptando como placenteras las ofertas que el principio de realidad entrega (Fromm, 2014; Marcuse, 2010).

El optimismo de Fromm tomó una dirección diferente al pesimismo de Adorno y a la desconfianza de Marcuse. Afirma que el hombre puede estar orgulloso de sí mismo: “El problema de la producción –que fue el problema del pasado– está resuelto en principio” (Fromm, 1999, p. 17). El hombre ha desarrollado la técnica hasta el punto en que la supervivencia está ya asegurada. Debido a ello:

No es que se deba restringir la producción como tal, sino que una vez que se hayan satisfecho las necesidades óptimas del consumo individual, se la debe canalizar hacia la multiplicación de los medios de consumo social tales como escuelas, bibliotecas, teatros, parques, hospitales, transportes públicos, etc. (Lobo, 1981, p. 79)

Esta misma es la tesis de Marcuse (1968b) ya existen condiciones técnico-productivas para construir la utopía, para terminar de una vez por todas con las necesidades materiales que provocan miseria. Precisamente es el marco represor el que impide materializar esta utopía. Desde el punto de vista económico y técnico, el reinado de la libertad ya es posible. La automatización permitiría abolir el trabajo mecánico y el trabajo embrutecedor, en beneficio del tiempo libre y las actividades creativas. El “desarrollo de las fuerzas productivas” que hemos logrado, por ende, debería abolir el capitalismo y sus valores, que se han vuelto caducos. Pero precisamente por esto, cree Marcuse, la vieja sociedad opresiva hace lo imposible para impedir que los individuos sean conscientes de su liberación posible. ¿Cómo lo hace? A través del manejo y el condicionamiento de las conciencias: libertad “administrada”; democracia al servicio de un dominio económico que perpetúa la precariedad, la inseguridad, el rechazo a plantearse los problemas; integración de los individuos mediante el consumo masivo por una parte y la homogeneización educativa por otra, una educación que los enclaustra en una praxis técnica cuya ideología impide cualquier posibilidad de crítica y rechazo.

Siguiendo a Adorno y Horkheimer (2007), Marcuse cree que la ciencia y la técnica modernas han sido estructuradas como instrumento de dominación. Por ello no basta con cambiar las relaciones sociales de producción y hacerlas colectivas. Hay que reorientar el trabajo y la producción hacia metas distintas a partir de una reorientación de las metas del ser humano, lo que incluye una reorientación de sus necesidades y deseos.

La palabra “totalitario” recibe en Marcuse una nueva connotación, e implica que la sociedad establecida elimina toda oposición eficaz recurriendo a métodos aparentemente “pluralistas”. Ya no se trata de un control dogmático y unificado, sino de un control cuyos mecanismos son capaces de presentarse como deseables para los propios oprimidos. Todo análisis del yo en esta sociedad debe partir entonces de un análisis político en el que se rastree el vínculo del individuo con la masa, la cual marca el ideal de aquel, su conciencia moral y su responsabilidad social. Este proceso convierte a los ciudadanos en entes tan administrados como las cosas: “La burocracia de dominación y de explotación difiere totalmente de la ‘administración de las cosas’, la que asegura según un plan el desarrollo y la satisfacción de las necesidades individuales” (Marcuse, 1972, p. 45).

Marcuse sentencia que esta estructuración de las necesidades individuales, modelada por el sistema capitalista, cercena los proyectos de liberación. Por eso hay que leer a Marx desde Freud, porque el centro de gravedad del neocapitalismo es la estructura instintiva de los individuos creada por el sistema a imagen y semejanza del proceso de reproducción material de la sociedad de consumo. Si se subvierte esta unión, es decir, si se hace prevalecer la necesidad de liberación sobre las necesidades de gratificación materialista-consumista, se estará atacando el corazón del mecanismo represor.

No basta con tomar conciencia racional de la injusticia capitalista o de las bondades del socialismo; para oponerse al orden prevaleciente es menester, además, sentir subjetivamente la necesidad de liberarse, la necesidad del placer de una existencia pacífica, con relaciones sociales enriquecedoras y cooperadoras y con un medio ambiente rico y cuidado. Al igual que la estructura instintiva de las masas fascistas estaba bajo el signo de tánatos, una vitalidad gratificada con la destrucción, el nuevo sujeto debe buscar el triunfo de eros, el fin de la lucha agresiva por la existencia, la llegada de una verdadera paz e igualdad social.

Al llegar a Estados Unidos, Marcuse comprobó que el psicoanálisis, terapia liberatoria individual, se había convertido en un producto de consumo más, en un factor de integración en la sociedad capitalista. Es en ese momento cuando descubre que el capitalismo ha llegado a domar hasta las posibilidades de su negación, haciendo de ellas mecanismos de acomodamiento en una sociedad injusta: “Mientras el psicoanálisis reconocía que la enfermedad del individuo es, en última instancia, ocasionada y mantenida por la civilización, la terapéutica psicoanalítica intenta curar al individuo de manera que pueda continuar actuando como parte de una civilización enferma, sin capitular completamente ante ella” (Marcuse, 1963, p. 21).

 

5.  El capitalismo actual y las implicaciones del freudomarxismo

Resumamos las implicaciones sociales de ambas teorías, empezando por la teoría freudiana: las transformaciones producidas en la sociedad industrial avanzada se acompañan de modificaciones no menos fundamentales en la estructura psíquica primaria. Resulta que el yo ahora se forma en el seno y por mediación de las masas, y no de la familia. Aquellas dependen, a su vez, de la dirección objetiva de la administración técnica y política de la sociedad. En la estructura psíquica, este proceso se ve reforzado por la decadencia de la imago familiar, la separación irreductible entre el yo y el ideal del yo –ahora creado por una industria cultural desubstancializada– y la transferencia de este yo a un ideal inalcanzable (Huertas Maestro, 2023, p. 15). La avidez por poseer y la incapacidad para postergar la satisfacción de los deseos componen las características finales del individuo contemporáneo.

Si no postergamos nunca la satisfacción de nuestros deseos y si estamos condicionados para desear solo lo que podemos obtener, entonces no tenemos conflictos ni dudas; no tenemos que tomar ninguna decisión. Nunca estamos solos con nosotros mismos porque estamos siempre ocupados en realizar lo realizable, que viene señalado desde fuera. Autores recientes han destacado cómo la industria cultural y las plataformas digitales moldean los deseos y necesidades de los usuarios, promoviendo una cultura de satisfacción inmediata que limita la capacidad crítica y de negación por parte de los individuos (Rodríguez Benítez, 2023).

Al héroe trágico de hace unos años, abrumado por el peso de la historia, por la necesidad de comprenderla y por la urgencia de realizar una praxis con la que instaurar una racionalidad más justa en el mundo, le va sustituyendo una especie de antihéroe lúdico más preocupado por los goces de la vida presente que por hipotecarse en un futuro que, aunque lleno de herramientas para actuar en la realidad, se presenta claramente inmodificable.

El ilustrado Voltaire, en su correspondencia con Rousseau (Voltaire & Rousseau, 2024), avisó de la dificultad de compatibilizar el optimismo que procede de la confianza en la razón con la tristeza y el pesimismo que produce una mirada serena sobre la historia de los hombres. Hay una incompatibilidad evidente entre luchar por un horizonte de ciudadanos libres e iguales y la invitación permanente a cumplir deseos instantáneos. También existe una dificultad para compatibilizar las referencias a la solidaridad con el reclamo constante del carpe diem festivo e insolidario.

Para Fromm, la satisfacción de cualquier deseo sin aplazamiento era una exigencia de la sociedad de consumo que terminaba de destruir el yo, el cual, recordemos, siempre debe disponer de voluntad para la negación y, sobre todo, para la contención propia. La creación de individuos dóciles y manejables a disposición de los estímulos externos es su culminación.

En términos usuales, la felicidad es concebida no como el pleno desarrollo de las capacidades humanas, sino como el intento de rellenar “faltas” o “carencias”. Faltas que, por otro lado, son imposibles de rellenar, pues están insertadas en nuestra estructura psíquica como algo que nos constituye indefectiblemente, y que la sociedad nos invita a suplir con mercancía.

En estas coordenadas, la revolución predicha por Marx, sería ya inconcebible, puesto que la propia clase obrera está vinculada al sistema de necesidades en lugar de ser su negación. Recordemos que, además, la mediación entre el yo y el otro cede su lugar a la identificación inmediata con la masa. Una masa que, lejos de ser autoconsciente, se deja llevar por unos impulsos plenamente manipulados. La dinámica en virtud de la cual el individuo aseguraba y preservaba el equilibrio entre autonomía y heteronomía, libertad y opresión, placer y sufrimiento, es así sustituida por una identificación unidimensional y estática tanto con los demás como con el principio de realidad administrado.

En este sentido el pesimismo de Freud va todavía más allá: el capitalismo no es el problema. Los procesos y conflictos psíquicos fundamentales no son históricos, no se limitan a un período y a una estructura social dadas, sino que tienen carácter universal, eterno y fatal. En su opinión, estos procesos no pueden desaparecer, ni tampoco pueden resolverse los conflictos internos que provocan; se continúan época tras época bajo formas diferentes que corresponden a nuevos contenidos sociales.

La regresión del yo en este sistema reviste efectos nefastos, de entre los cuales el principal sería el debilitamiento de las facultades críticas del espíritu: conciencia psíquica y conciencia moral. Una no va sin la otra: no hay conciencia moral sin haber evolucionado intelectualmente, sin conocimiento del bien y del mal. La inteligencia es una categoría moral, tal y como dirá Adorno (2013, p. 15). En condiciones de administración total, la conciencia moral y la responsabilidad individual padecen una decadencia objetiva, puesto que es sumamente difícil asignarse autonomía alguna cuando el funcionamiento del aparato determina las directrices a seguir.

Solo a través del desarrollo del yo –tanto a nivel psíquico como moral– se podrá desarrollar el poder de negación, es decir, la aptitud para preservar un terreno personal y privado en el que no permeen las directrices externas:

Despojado de su poder de negación, el yo se agota en la búsqueda de la identidad, a menudo al precio de trastornos psíquicos y mentales, o más aún, se somete de buen grado a modos de pensamiento y comportamiento requeridos, tornando su ego más o menos parecido al de los otros. (Fromm, 1999, p. 47)

Estamos en presencia de una sociedad hasta ahora inédita: la sociedad sin padre –consciente– pero con padrinos –inconscientes–. La sociedad que recibe órdenes sin que haya un mandatario claro. En una sociedad tal puede llegar a producirse una liberación gigantesca de energía destructiva: emancipada de los lazos afectivos con respecto al padre en tanto autoridad y conciencia moral, la agresividad gana terreno y conduce a la destrucción tanto de uno mismo como de los demás. Esto ha llevado a algunos investigadores contemporáneos a proponer una revisión crítica del freudomarxismo en el contexto de los desafíos actuales, como la crisis climática y las desigualdades globales (Rodríguez Benítez, 2023).

 

6. Conclusiones

En un mundo marcado por desigualdades económicas, crisis climáticas y transformaciones culturales aceleradas, el freudomarxismo sigue ofreciendo herramientas conceptuales relevantes para imaginar un futuro más justo y libre (Martínez Serna, 2023). La teoría mantiene su vigencia por su capacidad de adaptación a nuevos contextos sociales y económicos, como se evidencia en el impacto de las tecnologías digitales y el auge del capitalismo de vigilancia (Zuboff, 2019). Asimismo, se ha adaptado a otros contextos que van desde el impacto de las tecnologías digitales en la construcción de las subjetividades al abordaje de la crisis climática a través de herramientas que, a la vez, nos hacen más dependientes a nivel psíquico de la tecnología, tal y como se indica en estudios recientes (López Pérez, 2023; Rodríguez Benítez, 2023).

Un abordaje actual del freudomarxismo nos podría conducir al análisis de la “economía del deseo” según la cual las plataformas digitales y las redes sociales no solo moldean los deseos individuales, sino que también perpetúan dinámicas de consumo que fortalecen las estructuras de poder existentes. Este fenómeno refuerza las tesis de Marcuse sobre la “unidimensionalidad” del sujeto moderno, atrapado en un sistema que integra las necesidades individuales con los intereses del capital (Marcuse, 2010).

En el plano social, el freudomarxismo invita a cuestionar las bases culturales y psicológicas del conformismo que prevalece en las sociedades contemporáneas, donde las crisis económicas y ecológicas tienden a despolitizar a los individuos mediante una cultura de entretenimiento y consumo instantáneo (Saito, 2020). Esto está alineado con los debates actuales sobre la alienación digital y la dependencia tecnológica, que destacan cómo la gratificación inmediata ofrecida por las plataformas digitales reduce la capacidad crítica de los sujetos (Huertas Maestro, 2023).

Hoy en día, la suerte de la libertad depende en gran medida de la fuerza y la voluntad empleadas para oponerse a las concepciones arraigadas en la sociedad capitalista-consumista, para defender las prácticas políticas poco populares y para modificar el sentido de la idea de moral. El freudomarxismo, en este sentido, podría seguir considerándose una teoría valiosa si partimos de que una teoría, para ser valiosa, ha de poseer tres condiciones:

1.o Ser abierta, es decir, ser susceptible de modificación a tenor de los hechos que en el futuro se aportan.

2.o Ser comunicable, es decir, poder ser transmitida y comprendida.

3.o Ser corroborable, es decir, estar capacitada para ponerse en práctica en un contexto concreto.

Consideramos que el freudomarxismo sigue teniendo cabida en la sociedad actual debido a que, con un buen enfoque, puede cumplir con las tres características. Por un lado, es capaz de adaptar sus análisis a la estructura económica y psicológica actuales, ya que no hay nada en las teorías de Marx y Freud que lo impida. Por otro, se presenta como una teoría comprensible siempre y cuando el transmisor no se quede en las categorías anticuadas de su época inicial. Por último, su practicismo es fácilmente demostrable desde que aquello que critica sigue estando en pie.

Para cerrar, nos gustaría recoger la que consideramos la conclusión principal del freudomarxismo: el aferramiento de los individuos contemporáneos al capitalismo consumista, en el cual las posibilidades de erradicar la miseria son ya factibles, solo puede comprenderse si partimos del escaso poder de negación que posee el yo. La completa integración del sujeto contemporáneo en el poder consumista y la opinión de las masas es un hecho indefectible.

El freudomarxismo invita a imaginar una sociedad en la que las necesidades materiales estén satisfechas y los individuos tengan espacio para explorar y expresar sus potencialidades creativas. Para lograr esta situación, no nos podemos limitar a una transformación de los procesos económicos, sino que debemos abordar una reestructuración de las normas sociales que van desde lo más material hasta lo más simbólico. La justicia social, desde este enfoque, implicaría no solo la redistribución de la riqueza, sino también la creación de un entorno donde el ser humano pueda desarrollarse integralmente.

En un mundo en el que las desigualdades económicas, la alienación y la manipulación cultural siguen estando vigentes, el freudomarxismo puede ayudarnos a imaginar un futuro más libre y justo, en el que los seres humanos puedan alcanzar tanto su bienestar material como su autorrealización espiritual. Pues “la entidad básica del proceso social es el individuo, sus deseos y sus temores, su razón y sus pasiones, su disposición para el bien y para el mal” (Fromm, 2004, p. 22). Está en manos del individuo construir la sociedad en la que quiere vivir.

 

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[1] Defensora universitaria y Directora del Grado en Filosofía, Política y Economía en la Universidad Isabel I. Doctora en Filosofía Moral y Política por las Universidades de Valladolid y Salamanca. Investigadora en el Proyecto de Investigación Tipo 1 Bienal (06/G024-T1): “El ejercicio de la crítica en la filosofía contemporánea: variaciones conceptuales en el marco de la teoría crítica y el pensamiento latinoamericano", financiado por el CONICET. Primera premiada en la II Edición del Premio Javier Muguerza de Investigación en Filosofía, organizado por la UNED. Es editora de la revista Claridades, Revista Internacional de Filosofía. Es miembro del GIR Humanidades y Ciencias Sociales en la era digital y tecnológica de la Universidad Isabel I. Es investigadora en la Red Internacional de Investigadores de Teoría Crítica (SETC).

ORCID: https://orcid.org/0000-0003-4198-6884

Correo electrónico: sheila.lopez@ui1.es

[2] Este es uno de los puntos más confusos de la filosofía de Marx, así como el lugar desde el que se le han practicado más críticas. A ojos de un gran número de pensadores, es contradictorio defender en una misma filosofía la existencia de una escatología de la historia y la libertad de acción de los individuos. Lo primero implicaría tomar la dialéctica como sistema y lo segundo, tomarla como método. Nos encontraríamos, así, justificando la opinión de Freud, con una filosofía metafísica que teoriza sobre una realidad cerrada y sin posibilidad de cambio, es decir, con la dialéctica tratada como sistema. Karl Popper (2020), participando de esta crítica, incluyó a Marx en el grupo de los enemigos de la “sociedad abierta”, o, en nuestras propias palabras, de los enemigos de la dialéctica como método.